domingo, 19 de junio de 2011

La teología en los tiempos del cólera

Por Ser Supremo (Geniuss of Whisky)

La mente humana sólo sabe manejarse con opuestos. Inadvertidamente, cada vez que internalizamos un concepto, hacemos lo propio con su opuesto. Uno aprende, al mismo tiempo, el bien y el mal, lo hermoso y lo feo, lo grande y lo chico, el placer y el dolor. En nuestra mente no puede existir uno de estos conceptos sin su opuesto; y es que en el fondo, cada concepto se define, o se termina de definir con su opuesto. Por eso, por ejemplo, uno no puede modificar su concepción del bien sin cambiar, al mismo tiempo, su concepción del mal.

Otro hecho a destacar es que, en cada caso, esos opuestos son móviles: entre santos, tener un mal pensamiento es una falta terrible; entre los asesinos, matar limpiamente es un hecho ponderable. Si la mitad de todos los habitantes del mundo tuvieran un millon de dólares, y la otra mitad tuviera un millón más uno, la primera mitad sería considerada pobre.

Es por eso que, al momento de inventar el cielo, hicimos lo propio con el infierno. No tiene sentido imaginar qué se pensó primero, porque no se puede concebir a uno sin el otro. Y por esta condición de gemelos que incondicionalmente presentan los conceptos, no pudimos imaginar al infierno simplemente como la ausencia de lo "bueno", tuvimos que poblarlo de lo "malo". 

Es extraño, por todo lo antedicho, que al momento de imaginar al diablo no lo hubiésemos pensado exactamente como lo opuesto a Dios.

Dios es hombre. El diablo debía ser mujer.
Cristo es hombre. El anticristo debería ser mujer.

He visto muchas películas sobre el diablo, y unas cuantas sobre el anticristo. En todas aparecían como hombres.

Dicen que el mayor éxito del diablo es hacernos creer que no existe. Tal vez su segundo mayor éxito sea hacernos creer que es hombre.


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