martes, 14 de octubre de 2014

Que encabronada me desperté

Por Ser Supremo (Geniuss of Whisky)


Hoy no pensaba escribir sino hasta el lunes, pero es uno de esos días en los que irremediablemente te despiertas con coraje y de alguna manera te tienes que desahogar. Lo siento mucho si no les parece.
Soñé que por alguna extraña razón a mi y a un grupo de amigos nos conferían diversas regiones de la República Mexicana para apoyar a combatir el narcotráfico. A un amigo le tocaba la zona del golfo, a otro el pacífico y a mi solamente el Edo. de Sinaloa. “Puta, te tocó el más dificil”, me decían; aunque yo me alegraba debido a las diversas cosas que se pueden ver por allá.
Total que cambiando de escena bruscamente como suele suceder en los sueños, ya andaba yo en Culiacán, Sinaloa (una de las ciudades con mayor número de narcos, para quienes no son mexicanos), con mis compañeros, paseando en una avenida amplia y rodeada de árboles, abordo de un automóvil raro. De repente, en el sentido contrario, veíamos venir a un grupo de narcos en un Volkswagen Sedan (¿cuántos putos narcos andan en esos carritos? ¡Pues es mi sueño y no se pregunten, sólo terminen de leer el puto final, carajo!) Adelante venían dos jefes pesados respetando su arquetipo de sombrero y bigote, y atrás estaban unos gatilleros pelones y tatuados, probablemente de la Mara Salvatrucha.
Cuando nuestros autos quedaban paralelos, un pelón sacaba una pistola y le disparaba una vez a mi primo dejándolo herido. Nuestro chofer en chinga se daba la vuelta en U para perseguirlos como si en realidad pudiéramos hacer algo contra un pelotón mejor armado; yo lo sabía, pero también sabía que se trataba de un sueño, lo que me otorgaba una grandísima ventaja, así que saltaba del carro a una gran velocidad rodando por el pasto muchas veces sin que me ocurriera nada. Al momento comenzaban los tiroteos de ambas partes y yo rodeaba el área para embestir por la retaguardia. Antes de eso, me cruzaba por la avenida saltando los cofres de los carros, luego abría con violencia la puerta de un policía, lo sacaba a lo Grand Theft Auto y le quitaba la pistola.
Rodeaba entonces el área por un pasaje boscoso donde no me verían los malos hasta quedar detrás de ellos, luego me cubría con un árbol grande y asomaba la cabeza para contemplar la situación: estaban totalmente desprevenidos en ese flanco, los tomaría por sorpresa y los mataría a todos vengando la muerte de mi primo. Tomaba mi respiro y después salía para dispararles, pero en ese momento se cruzaba en la línea de fuego un hombre de unos 60 años, el cual me decía: “no tiene balas, todo esto fue planeado por mi hijo… somos mejor que tú…”
Ese “somos mejor que tú” dicho con un insoportable tono de superioridad hizo que me eferveciera el alma. No le creí, jalé el gatillo varias veces apuntando a cada una de las cabezas, así como en los videojuegos que la mira se cambia automáticamente una vez que te chingas a uno, pero ninguna bala salió; el viejo tenía razón. Entonces me golpeaba el estómago con una manopla de oro y yo me doblaba sin aliento; los demás se acercaban a reirse de mi, mostrando en su porte ranchero un orgullo glorioso por haberme engañado… ¡haberme engañado… A MI! Además mis amigos estaban todos muertos y yo era la única sobreviviente, 25kg más de trinitroglicerina a mi ira.
Seguían las risas cada vez más fuertes y humillantes, como si hubiéramos pasado del drama a una comedia teatral demasiado vulgar, acrecentando mi furia hasta que explotara la panza del dragón.
—Matenla, muchachos, me la golpean mucho, la orinan y le mandan flores a su madrecita— decía el jefe que había planeado todo y se marchaba victorioso en un helicóptero
Los “muchachos”, todavía riendo, me golpeaban hasta dejarme noqueada y se bajaban el cierre para comenzar el ritual de humillación final. Nunca me había sentido tan enfadada como en ese momento, ya no podía contenerme más, así es que como me sabía orquestadora de mi sueño y de la situación, comencé a decir un “aaahhh” de un tono bajo a uno alto, como hacen en Dragon Ball o Saint Seiya cuando elevan su cosmos. Mis venas y mis músculos y mi corazón palpitaban violentamente conforme decía AAH, y tras cada palpitación se multiplicaban mis celulas y mi masa; crecían cada vez más y más. Mi cuerpo aumentó su tamaño, primero 2, luego 3, 5, 7 metros proporcionadamente, hasta llegar a unos 70 metros de altura. “AAAAAAAAARRRRGGGGGGG”, grité encabronadísima hacia el cielo despejándolo de sus nubes. “¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAGG, MALDITOS!”, grité nuevamente y todos comenzaron a correr agitando su sombrero en la mano… Pero cuando iba a aplastar al primero estaba tan agitado mi cuerpo que irremediablemente desperté.
¡Hijo de tu puta madre! Qué coraje me dio. Incluso intenté dormirme nuevamente como una hora para vengarme, pero ya no pude porque estaba muy enojada. Recuerdo sus risas y me enojo, aunque ya no tanto como cuando empecé a escribir esta triste historia. Es como cuando alguien te insulta por FACEBOOK y después te bloquea sin darte tiempo de replicarle. Qué infantiles –coff-coff–.

sábado, 11 de octubre de 2014

Sueños

Soñé que un grupo de brujos narcotraficantes jamaicanos del aspecto más temible irrumpían en mi casa tumbando la puerta y esfumando la sensualidad de la noche justo antes de que la cantante francesa Alizée se atreviera a decirme lo mucho que me amaba.
El más grande de ellos era el líder, tenía tatuados los brazos, arracadas por doquier y llevaba collares de oro y otros colgantes de huesos y yerbas olorosas que decían “vudú” por donde lo vieras. Usaba pupilentes blancos que le daban un aspecto endemoniado y tenía una voz ronca y maldita que cuando daba órdenes a sus secuaces hacía que se me empequeñecieran los huevos que no tengo.
Sus dos secuaces, igualmente peinados con rastas y vestidos estrafalariamente, me tomaron por los brazos y comenzaron a golpearme brutalmente. Me ataron las manos haciendo caso omiso de los sollozos desesperados de Alizée, quien les imploraba que me dejaran libre. Uno de ellos me apunto a la cabeza con su escopeta y el jefe preguntó:
“Where the fuck is my money?”
Y con mi tartamudez insólita le dije que se habían equivocado de persona. No me creyó y me devolvió la excusa con un fuerte puñetazo.
-“You’re stealing my money and now you are screwing my woman?”- me dijo con su mirada de loco al momento en que pasó un cuchillo negro con acabados tribales por mi garganta y empezó a moverlo como si estuviera dibujando en el aire las runas de un conjuro de magia negra rezando entre dientes dialectos incomprensibles.
A su orden, uno de sus esbirros sacó una navaja para rasurar, me cogió de la mano y dio principio a la tortura cortándome los pellejos que tenemos entre los dedos. Pude ver brotar la sangre cuando vi la hoja metálica dividiendo mi piel, pero me di cuenta de algo muy importante: nada de lo que me hacían me dolía y todo lo que acontecía esa noche era muy fantástico para ser real… ahora era yo quien tenía el poder; sabía que estaba soñando.
Alizée, quien al parecer conocía al jefe mafioso y había tenido amoríos con él, lo llevó suplicante a un cuarto y comenzó a rogarle que me dejara en paz. Le repetía constantemente que sólo lo amaba a él y que no tenía ojos para nadie más. La pelea y el griterío de ambos cesó repentinamente con un extraño y súbito golpe. Sin embargo, yo sabía lo que pasaba y lo que pasaría después.
Ella salió de la alcoba muy nerviosa, mirándome como si me dijera con su mirada lo que planeaba hacer. Le dijo al secuaz, el cuál seguía apuntándome con la escopeta, que hicieran lo que quisieran pues ella ya se marchaba. Al bajar la guardia aquél monstruo rastafari, ella lo golpeó con el mismo martillo con el que había noqueado al jefe jamaicano, el tipo que me tenía sujetada se distrajo y yo, con un movimiento marcial rapidísimo usando mis manos atadas, le quité la navaja y le corté la yugular.
Pude escuchar el grito enfurecido del jefe que ya se había levantado del aturdimiento. Salí corriendo lo más rápido posible antes de que las balas de ametralladora que él había desfogado sobre mi cuerpo hicieran impacto. Bajé las escaleras pero la entrada estaba llena de otros maleantes que también me disparaban, así que salí por la parte trasera y empecé la brincadera de barandales, bardas y azoteas con una agilidad extraordinaria.
Me refugié en la perpetua oscuridad de una vieja chimenea que comodamente me permitía ver lo que sucedía afuera. A pesar de los perros del vecindario me delataban, las cosas poco a poco se apaciguaron, y al escurrir las horas los maleantes se disiparon; sin embargo yo me quedé otro rato.
Pasó mucho tiempo y seguía yo allí adentro, de pie y vigilante, la gente se paseaba frente a mi y nadie podía verme a pesar de que yo los veía a plenitud. Ya no estaba en la ciudad si no en una especie de ranchería antigua, y todo era como si lo observara desde las tinieblas. Una anciana de ojos verdes, nublados por sus cataratas, me vio directo a mis ojos y le señaló a otras personas mi ubicación quienes voltearon espantadas. ¿Cómo pudo descubrirme si nadie más podía verme? ¿Qué clase de atributo extraordinario tenía esa viejecita, que no estaba lejos de la senilidad y la ceguera, para poder verme directamente? Mi refugio era tan oscuro que ni yo misma podría distinguirme. Con toda la tranquilidad le dijo a los que la rodeaban que los ojos de las ánimas destellan en la oscuridad cuando buscan algo con desesperación, después desperté.