miércoles, 15 de junio de 2011

Hipercomunicados

Todos tenemos uno. Hace años, sólo lo llevaban los hombres de negocios, los grandes empresarios, gente muy requerida. Luego de una insistente campaña publicitaria lavacerebros, los celulares nos han invadido casi en su totalidad. Algunos por real necesidad, otros por hábito, otros por las ganas de tenerlo, otros para que no lo miren raro cuando le preguntan su número de cel, lo cierto es que la mayor cantidad de personas jóvenes y adultas tienen uno de estos aparatos que al principio eran para hablar por teléfono y dentro de algunos años seguramente podrán preparar una cena.


Pero el negocio de la telefonía nos tenía reservados algunos espectáculos exclusivos de los tiempos que corren. Hoy en día, es totalmente normal subir al colectivo y escuchar un monton de personas que -literalmente- grita sola. En realidad, no están solos. Están con su celular y con el cómplice del otro lado de la línea, que probablemente esté gritando en algún otro lugar. Pero eso no es todo, las personas que van contemplando el paisaje o simplemente deseando que el viaje termine se enterarán de toda la vida sentimental del sujeto en cuestión. También, y por el mismo precio, se incluirán los chusmeríos del día sobre algún "amigo" que no cae del todo bien.


Párrafo aparte merecen los ringtones, todo el mundo tiene uno que es sumamente ridículo. No importa cuál sea. Es tan patético escuchar a Homero Simpson con sus frases como escuchar la introducción de un tema de la Arrolladora o de Como se mata el gusano. Lo ridículo no es el ringtone en sí, sino mas bien la reacción y el sobresalto que provoca en el propio propietario del celular que se apura por apagarlo, probablemente victima de la vergüenza que le ha calado hasta los huesos.


Tampoco es raro ver personas que se abstraen con sus teléfonos de tal forma que terminan aislándose. Por ejemplo, una chica con un grupo de amigos se sumerge en las profundidades de la pantalla durante largos minutos, ignorando todo lo que ocurre a su alrededor. O ver a dos personas sentadas en la mesa de un bar, cada una hablando con personas diferentes del otro lado de la línea, luego mandando mensajes de texto y luego dándose cuenta de que hablaron muchísimo pero nada con el que tenían en frente.


A pesar de todas las comodidades que brindan estos artefactos, es necesario actuar con cautela. La realidad es que tenía una conclusión excelente para este texto, pero tengo que dejarlo porque me está sonando el celular, disculpen...

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